domingo, 23 de diciembre de 2012

Tu dulce existencia.



 
 Mientras esperan lluvias de meteoritos
yo  observo tus ojos y me endulzo en su caramelo.
Mientras el mundo busca turno por una sensación
yo beso tus manos y soy sensible.
Mientras la paz se compra por millones
Yo encuentro la mía en tu existencia,
y en los labios que junto a los míos riman.
Hay un plano existencial en cada mirada compartida,
en cada sueño en el que te observo,
en cada beso que aun no comprendes,
en cada caricia de seda que me une a tu cuerpo,
en cada vez que resumo la historia de tu venida
y vuelvo a mirarte…

lunes, 3 de diciembre de 2012

Relato: No hay poetas



No hay poetas.

I

¿Cuántas personas conoces del tipo banales, de esas que jamás miran al cielo o huelen una flor? ¿Las hay en todos lados, verdad? La pregunta realmente importante aquí es ¿Eres una de ellas?  
Yo solía ser una de ellos, una antipática de la vida, sus bellezas naturales y artísticas. Hasta que asesinaron a Andy, mejor conocido como el loco del barrio.
Andy era un hombre casi en sus cuarenta años muy mal llevados. Se paraba en la esquina frente al bar y recitaba. A veces poesías que conocía y muchas otras rimas al azar que regalaba según el transeúnte. Piropeaba a las mujeres, pero jamás les faltaba el respeto. Algunas señoras lo miraban con aire de reproche y lo insultaban diciéndole borracho, aunque en realidad no recuerdo haberlo visto muchas veces dentro del bar. Solo era un loco al cual le gustaba pararse y recitar, horas y horas…sin nadie que lo escuchara.

 Hallé la miel oscura que conocí en la selva,
y toqué en tus caderas los pétalos sombríos
que nacieron conmigo y construyeron mi alma.”

Volvía de la panadería con un hermoso pastel en mis manos cuando al pasar me dedicó esos versos. Neruda, certificaría años más tarde.
Recuerdo que le dediqué una mirada aprensiva y seguí mi camino sin reparar en apenas una sola palabra. Esa fue la última vez que Andy me dedicó algún verso porque al otro día lo hallarían muerto.
Una mañana lluviosa llegué al almacén en busca de víveres y me encontré con un grupo de personas reunidas, y no era solo el clásico puñado de señoras hablando de chismes, sino que esta vez se encontraban hombres y mujeres de todas las edades con caras pálidas y consternadas.
Andy había sido hallado muerto a causa de una herida de bala, con las manos atadas, los ojos vendados y la boca cocida. Los reportes anunciaron que no había sido torturado, que las ataduras habían sido post mortem, lo cual no causaba ningún alivio.
 Su foto no apareció en los informativos ni en los diarios, pero la imagen se presentó en mi imaginación persiguiéndome durante meses.
Era una ciudad muy tranquila donde rara vez se reportaban robos o accidentes, los asesinatos eran cosas de Hollywood y sus seriales de policías.
Los sueños comenzaron esa misma noche y aun no se teñían de pesadillas. Fueron volviéndose retorcidos de a poco y cada vez más tormentosos.
Las primeras veces que soñé con Andy, lo asocié con la conmoción de lo acontecido. Eran sueños poéticos y sin maldad alguna. Pero una vez lo vi allí parado entre una bruma espesa y grisácea. Su rostro no estaba descubierto pero yo sabía, en ese saber que suponen los sueños, que sus ojos estaban vendados y que sus palabras escapaban por entre las puntadas sangrantes que le cerraban los labios.

“Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.”

Este mismo sueño se repitió una y otra vez, hasta por poco enloquecerme.
Supongo que había escuchado anteriormente esos versos saliendo de la boca de Andy pero miento si dijera que alguna vez le presté atención a sus palabras y su sentido. Ahora, luego de despertar me quedaba largos minutos tumbada allí en la cama pensando en sus versos, en la poesía en sí, en todo lo que habrá hablado en vano, que le había recitado al viento.
Su muerte fue un misterio para todos. No porque fuera algo imposible de resolver, sino porque Andy no tenía parientes ni amigos que buscaran justicia y lo más importante, Andy no tenía dinero. Básicamente a nadie le importaba qué le había sucedido, lo que las autoridades encontraron conveniente dado sus escasos recursos para resolver un crimen. Y el pueblo, el pueblo lo encontró como un tema jugoso para tratar en las góndolas del mercado y solo durante un plazo corto que pronto se habría cumplido.
Una de esas noches me desperté chillando a causa de una pesadilla. Andy recitaba cada vez más fuerte unos versos que luego no pude recordar claramente, sus gritos parecían truenos lastimándome los oídos. Sus ojos seguían vendados pero sentía su mirada quemándome con furia. Me salí del sueño y sentí un sudor helado que me cubría el cuerpo. Saqué una libreta que guardaba en el cajón de la mesita de noche y anoté las palabras sueltas que pude sostener en mi memoria.

“…ojos de la muerte...pan de cada día…unánime y ciego…arma…apunto al pecho”

Intenté conversar con algunos vecinos sobre cómo me había afectado la muerte de Andy pero solo conseguía un –Oh, sí. Ha sido espantoso- para cambiar rápidamente de conversación y darle a la lengua sobre el nuevo corte de pelo de la mujer del alcalde.
Entonces la situación se tornó preocupante. Hacía algunas semanas las pesadillas me despertaban y daban paso al desvelo. Grandes bolsas negras colgaban de mis ojos y había bajado de peso considerablemente, todo lo que no había podido lograr con variadas dietas.
Fue en esa época que encendí mi auto y me dirigí al médico, dispuesta a contarle todo lo que me estaba sucediendo. El médico general me derivó al psicólogo, entonces comencé un tratamiento.
Como medida de apoyo me sugirió la estadía de algún familiar en casa, dijo que tal vez estar sola no era lo más apropiado en el momento. Indudablemente la muerte de este señor había despertado ciertos fantasmas en mi vida, probablemente la muerte temprana de mi madre o alguna chorrada de esas de psicólogo.
De todas maneras pensé que no sería mala idea traer a mi hermana conmigo, nos haríamos compañía mutuamente ya que ella se había divorciado el año anterior.
Hablamos por teléfono esa noche y a la mañana siguiente viajé tres horas en coche y me la traje conmigo.
Rebeca me preparó una taza de té caliente y mirándome a los ojos me dijo con mucha sinceridad que me veía como la mierda.
En un par de horas profundizamos sobre lo que estaba ocurriéndome y le confesé que estaba cada vez más convencida que no era la muerte de nuestra madre lo que causaba mis pesadillas, sino que Andy, “el loco del barrio” trataba de decirme algo.
Le mostré los apuntes y lo que era el poema completo que recitaba en mis sueños. Una de esas noches abrí ese ordenador que había recibido como regalo de navidad y que había tocado solo un par de veces y busqué las primeras estrofas que repetía Andy durante los primeros sueños.
Resultó ser una poesía del español Gabriel Celaya, totalmente desconocido por mí, como casi cualquier cosa en el terreno de la poesía. Dice así:

LA POESÍA ES UN ARMA CARGADA DE FUTURO
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmando,
como un pulso que golpea las tinieblas,

cuando se miran de frente

los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.

Se dicen los poemas

que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.

Con la velocidad del instinto,

con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.

Poesía para el pobre, poesía necesaria

como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.

Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan

decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.

Maldigo la poesía concebida como un lujo

cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.

Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,

y calculo por eso con técnica, qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.

Tal es mi poesía: poesía-herramienta

a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.

No es una poesía gota a gota pensada.

No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.

Son palabras que todos repetimos sintiendo

como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra, son actos.

Mi hermana escuchó callada, leyó los apuntes y releyó dos veces el poema. Sabía que algo así no podría simplemente haber salido de mi cerebro más escéptico que realista. Jamás fui muy atraída por lo fantástico, más que nada fui criada para seguir el típico estereotipo de -niña, adolescente, mujer- y si así no lo seguía haciendo era simplemente porque las cosas no habían salido del todo como estaban planeadas.
Rebeca no estaba totalmente convencida de que un muerto tratara de hacer justicia a través de mí, pero tampoco dijo lo contrario. –Entiendo que estés tan nerviosa, debo admitir que es extraño, pero seguro encontraremos una explicación más sensata a todo esto. Estoy aquí hermanita. – Dijo, y verdaderamente vi cuanta falta me hacía no sentirme sola. Debo confesar que estaba asustada, estaba cagada de miedo.
Varias noches desperté a Rebeca con mis gritos, la pobre simplemente se quedaba allí sentada al lado de mi cama acariciándome el pelo sin saber bien qué hacer. Juntas descifrábamos las estrofas que Andy recitaba cada vez más violentamente y volvíamos sobre ello a la mañana.
Una noche decidimos pasar de la cena en casa y en cambio fuimos por unas pizzas y quizá una jarra de cerveza, tal vez así podría dormir tranquila y de un tirón hasta el otro día.
Fue de vuelta a casa cuando todo dio un giro inesperado, y lo digo literalmente. Recuerdo que hablábamos animadamente cuando algo se atravesó en el camino. No pude ver que era, tan solo apreté el freno ferozmente. Chirrido de ruedas y  la nada, ni blanco, ni negro, ni angelitos, solo la nada misma.
Para mí solo fue un parpadeo pero resultaron ser cuatro días de inconsciencia. Es extraño, pero no había descansado tanto antes de que el auto volcara, tenía la mente clara a pesar de todo.
Rebeca esperó a que me fortaleciera del todo y me contó lo que había encontrado cuando los de la grúa dejaron el auto en mi casa. Era un torpe grafiti que no hubiera levantado sospechas sino hubiese sido por el mensaje que dejaba. En letras torpes con aerosol negro se leía
“Tal es, arma cargada de futuro expansivo con que te apunto al pecho.”
Un largo escalofrío recorrió mi espalda y se repitió cuando lo vi con mis propios ojos. Andy realmente quería decirme algo, a estas alturas Rebeca también estaba convencida de eso así que fue mucho más fácil para mí tratar de hacer algo al respecto.
Rebeca se sentó al lado de mi cama con cara de preocupación pero sabía que debía hacerlo. Tomó mi mano mientras me tomaba varios somníferos, no trataba matarme, tan solo lograr un sueño profundo del cual no pudiera salir fácilmente. Quería escuchar todo lo que Andy tenía que decir.
La excitación de lo que estaba pasando retardó mi sueño bastante pero al final caí en los brazos de Morfeo y busqué a Andy en todos los rincones de mi subconsciente, de pronto lo encontré. En la esquina como siempre…

II

Esta vez no llevaba los ojos vendados, ni la boca cocida, ni había niebla a su alrededor. Llegué hasta él y lo miré suplicante. Sus parpados se levantaron llenos de angustia y me di cuenta que era la primera vez que veía los ojos de aquél hombre. Eran azules e infinitos como el mar. El no habló, tan solo me hundí en las profundidades de su iris y lo vi todo como una película  en la que yo también actuaba, muy a mi pesar.
El bar de la esquina estaba cerrando sus puertas y Andy le daba a sus poemas los acentos finales. El barrio se hundía en la quietud y las farolas de la calle alumbraban la cuadra vacía. Ernesto, el dueño del bar se perdía calle abajo y Andy se prendía los últimos botones de su chaqueta para dirigirse a su casa.
Prendió un cigarro y cuando se disponía caminar algo lo golpeó en la nuca. Una figura sombría a la que jamás se le vieron los rasgos lo arrastró hasta un baldío. Andy, con ojos desorbitados pedía ayuda pero el barrio lo ignoró, como a sus poesías. La figura lo empujó violentamente contra el pasto y le escupió. Con una voz enferma, de ultratumba le habló. De vez en cuando largaba una risita amarga y luego tosía como un enfermo de muerte. Andy lloraba tendido en el suelo, pidiendo clemencia, argumentando, negándose a lo que la tétrica figura le pedía.
Aun se me eriza la carne cuando aquella voz me viene a la memoria instigando a Andy.
-Vamos, Andy, viejo ridículo. Eres casi invisible para las personas de la ciudad, no te escuchan, jamás lo han hecho. Se ríen, te critican, te creen loco… ¡un borracho!
-Eso no es verdad, mientras quede un poeta existirá poesía. Mientras haya poesía habrá libertad y yo soy libre.
-No digas estupideces, viejo Andy. La poesía está casi extinta si no fuera por un borracho en  alguna esquina y…
-  Yo no soy borracho, y en ese “casi” viven más poetas.
-Debes parar si quieres continuar con vida. Esta sombra que aquí ves no es una persona, es un barrio entero que te calla con su ignorancia. Soy la evolución a partir de la poesía extinta, de la pintura chorreándose de los lienzos por ojos que nunca la ven, soy la misma evolución hacia un mundo sin arte. Y no me malinterpretes, viejo, no soy malo, soy lo que busca la humanidad…
-La humanidad somos todos y yo no me callaré las poesías, ni las mías, ni las ajenas, ni los cantares anónimos, ni…
-Entonces, terco Andy, callaré esa boca, cerraré esos ojos y con el arma de los oídos sordos te dispararé en el pecho. Esta es mi arma.
-Dispara entonces, sombra negra de la evolución, suelta tu disparo. Pero mis ojos no miran, ni mi boca habla, así como las manos no pintan ni la voz canta, eso lo hace el alma y el alma, mi alma, ella jamás calla.
-Húndete en el silencio, que nadie notará tu ausencia patética en la esquina del bar.
- Mátame, al final dices verdad…Cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades. Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo…
Y tronó el disparo que detuvo el corazón de Andy. Aun con los ojos abiertos miró el cielo y sonrió, tal vez pensando en esos hermosos versos. Andy se había rendido a la voz de la ignorancia…pero no del todo.
Mi sueño me abandonó como una tormenta que se dispersa luego de varias semanas. Rebeca aun continuaba a mi lado y me acariciaba el cabello. Lágrimas amargas corrían por mis mejillas, por Andy, por mi estupidez de jamás detenerme en sus palabras, por el arte y por el mundo, que es básicamente lo mismo.

III

Ahora prendo el ordenador varias veces a la semana y escribo, simplemente escribo. Me gusta decir que escribo poemas, porque la palabra poema me recuerda a Andy y  Andy es esperanza.
Hace dos años que me uní a un pequeño club literario. Nos reunimos todas las semanas en la capital y leemos nuestros humildes trabajos. Hemos viajado a muchos lugares y conocido a personas interesadas en compartir o simplemente en conocer nuestros trabajos. La mayoría de nosotros no tiene ningún libro editado, ni busca el estrellato o vivir de esto, lo hacemos por amor. Eso es todo.
No hay día en que no vea esa figura sombría buscando mi propia rendición. Está allí en millones de personas siguiendo las corrientes políticas mientras pisotean el canto del pobre, la escultura del anónimo; está en cada uno de esos que se aferran del comando del televisor y callan a sus hijos, y les cierran los libros. Está en los rostros que jamás vuelven la cara para leer los afiches de funciones teatrales. Está en todos lados, la sombra está en todos. Esto se está volviendo evolución y me asusta, por eso hay que salir armados. Ustedes tomen la que más les guste, yo escribo. La poesía es un arma cargada de futuro.