lunes, 26 de diciembre de 2011

De árboles encantados


Dicen por ahí que por los campos más inaccesibles en el centro del país, existe un árbol revelador. Un ceibo que dicen mutar, morir o revivir dependiendo de los ojos de quien lo mira.
Se sabe por oídas que ese es el árbol de la felicidad. Pueden pasar miles de hombres y mujeres que juren ser felices pero solo será auténtica felicidad si el árbol se muestra verde y en radiante flor, como efecto de su encanto. A los ojos de un verdadero ser feliz jamás existió un árbol muerto, los mismos dichosos serán atraídos por la vivaz belleza de este ceibo, mucho más hermoso que ningún otro.
Tampoco se sabe el lugar específico donde se encuentra el mágico espécimen. Algunos tontos solo se creen felices a la vista de ceibos ordinarios y otros, aun peores, se quitan la vida bajo las ramas de cualquier árbol seco y dejan a su espíritu como un estúpido a la hora de relatar su muerte en reuniones con otros espectros.
Lo que no puede discutirse es la existencia de la falsa felicidad y más que yo sabrá usted que es mucho peor que la tristeza y algunos le temen a esto mucho más que a la mismísima amargura.
Tantas versiones hay de este mito que probablemente poco quede ya de ese relato original que se contó entre tabaco y tragos en viejas pulperías a horas confusas. Jamás se sabrá con exactitud si hay de hecho un árbol que rectifique dicha felicidad.
Yo prefiero contentarme a cada encuentro con un ceibo y a la vista de un árbol muerto silbo una milonga bien linda con afán de alejar cualquier tristeza que quiera alcanzarme.
Quizá no haya árbol encantado, ni pociones mágicas, ni siquiera una verdad. Tal vez el único encanto proviene del corazón y en la magia de ver la felicidad en simples detalles, tan simples como una flor, como un árbol, o un ceibo.


2 comentarios:

  1. Los árboles y los príncipes encantados entran más dentro de la leyenda que de la realidad. Pero, quien sabe... toda leyenda tiene una parte de verdad, y ahí radica su encanto.

    ¡Besos!

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  2. A veces la realidad nos obliga a creer en la magia, en los árboles encantados o en cosas así, porque no nos queda otro remedio. Soñar e imaginar es tan bonito... ^^
    Un beso!

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